sábado, 25 de octubre de 2008

Entrevista en el Santuario de Padre Hurtado

(7 de abril de 2004)

La tarde del 7 de Abril de 2004, en vísperas de Semana Santa, acompañaría a Oscar Silva a entrevistar a María Alicia Cabezas, quien había tenido la experiencia de recibir, hace algunos años, el milagro que condujo a la beatificación del Padre Hurtado, hoy San Alberto Hurtado.

Antes de salir de casa tomé un librito con pensamientos de este querido sacerdote y con gran cariño, asomándome a una ventana lo besé y elevé al cielo diciéndole confiadamente “Padre... ¡esta entrevista saldrá preciosa!” Al llegar a casa de Oscar, desde donde partiríamos hacia el Santuario a hacer la entrevista, me enteré por Pía, su señora, que mi amigo había llamado para avisarme que debido a un atraso involuntario tendría que irse directamente desde la ciudad de San Felipe al lugar citado, donde me esperaría para encontrarnos con María Alicia.

Como ya era bastante tarde Pía se ofreció a llevarme en automóvil hasta la estación de metro más cercana. En el camino me sugirió que no tomara taxi, para no gastar dinero. Al llegar al punto acordado me bajé del automóvil, no sin antes volver a escuchar la misma recomendación. Ya sola, parada en la esquina, me sobrevino la duda si podría alcanzar a llegar, pues ya estaba retrasada. Entonces pedí a Dios que me iluminara para decidir si caminaba hacia el metro o si tomaba algún taxi. De improviso me sentí confundida y me pareció ver toda la calle gris, sin distinguir nada. Entonces mis ojos pudieron advertir tan sólo un automóvil que se acercaba lentamente. Era un taxi que se estacionaba sólo a unos metros de mí. Y en mi alma resonó un único pensamiento: “Ese es el taxi que debo tomar y no otro!”

Hice señas para que se aproximara y poder abordarlo. Sin embargo, noté que el conductor dudó un poco, pero finalmente se decidió a hacerlo y me hizo un gesto con su cabeza. Después de acercarse desde adentro me abrió la puerta del vehículo. Mientras subía le dije apresuradamente: "¡Por favor, rápido al Santuario del Padre Hurtado!". Vi que el taxista de un salto se volvió hacia mí y e insistió en la pregunta mirándome fijamente a los ojos, quizás para convencerse bien de lo que escuchaba. Y volví a responder lo mismo. Vi que conducía muy nervioso y que me observaba atentamente por el espejo retrovisor. Sin poder contenerse más me preguntó por qué me dirigía al Santuario y le expliqué el motivo. Entonces me pidió que le contara los dos milagros del padre que ya son reconocidos oficialmente por la Iglesia. Al concluir mis relatos, visiblemente emocionado me consultó si podría contarme algo muy personal, a lo que asentí con mucho interés. Me confesó que dos minutos antes de tomarme como pasajera había pedido perdón al Padre Hurtado, pues en la mañana le había prometido ir a conocer su tumba ese mismo día y a estas alturas se le había hecho imposible cumplir la promesa. Ese día era el cumpleaños de su madre, que enferma de Alzheimer estaba internada en una casa de reposo. El día anterior había pedido autorización al dueño del taxi para retirarse más temprano y poder visitarla, petición a la que accedió su patrón, siempre y cuando pudiera reunir suficiente dinero en los trayectos. Al conductor le preocupaba tal condición, pues hacía una semana que no había subido un solo pasajero y no esperaba que este día fuera distinto.

Entonces muy temprano, antes de salir a trabajar en el automóvil, se había encomendado al padre Hurtado y le había pedido ayuda para conseguir pasajeros, a cambio de ir a conocer su sepultura sin falta esa misma tarde. Esa mañana, como nunca antes, el taxi había estado ocupado siempre, en cuanto bajaba un pasajero subía otro y todas las carreras habían sido largas y ahora, poco más de las tres de la tarde, debía dirigirse hacia la casa de reposo, así es que antes de tomarme como pasajera se había estacionado para orar al padre y pedirle perdón, pues en vez de dirigirse al Santuario había decidido ir directamente a visitar a su madre. Me cuenta que en ese preciso instante aparecí haciéndole señas para subirme al automóvil y acercó el taxi sólo pensando que sería el último traslado antes de ir a compartir con su madre por el resto del día, sin saber que este viaje lo llevaría, inevitablemente, a cumplir la promesa que había hecho al Padre Hurtado.

Impactada le pregunté si era devoto del sacerdote, entonces sacó de la guantera un pequeño y gastado librito y lo empuñó como trofeo diciéndome que contenía mensajes y pensamientos del padre Hurtado y que lo tenía subrayado por completo, como prueba inequívoca de cuan importante eran para él las palabras del padre. Entonces para su sorpresa y con gran júbilo le muestro que traigo en mi cartera exactamente el mismo librito, aquel que antes de salir de casa se me ocurrió llevar y que en un gesto inusitado besé cariñosamente levantándolo con alegría hacia el cielo, en señal de mi absoluta confianza en el padre en que la entrevista de hoy saldría maravillosa. Una gran sonrisa afloró en mi alma y en mis labios, pues el gesto que hizo el conductor era el mismo que yo había hecho frente a la ventana de mi casa.

Llegamos puntualmente al Santuario. El conductor estaba tan ansioso por entrar que no quiso buscar un lugar donde estacionar el automóvil, sino que subió a la calzada y lo detuvo frente a la entrada principal, sin importarle cometer una infracción. Bajamos del vehículo y divisé a Oscar que me esperaba para ir en búsqueda de María Alicia. Me acerqué a saludarlo, también el taxista, quien con mucho respeto me preguntó el camino hacia la tumba del padre. Se lo indiqué y nos despedimos cómplices de lo que habíamos vivido. Observé como aquel hombre, visiblemente emocionado, se dirigía humilde y rápidamente a cumplir la promesa que había hecho al amado sacerdote, y a seguir viviendo su propio testimonio, aquel que quizás no aparecería en ningún medio de comunicación pero que llevaría en su corazón quizás por el resto de su vida. Mientras, María Alicia se acercaba hacia nosotros para concedernos la entrevista. Después de una amable presentación, que ya vislumbraba el carácter cálido y amistoso del encuentro, caminamos hacia un rincón próximo a la tumba donde nos sentaríamos a hablar sobre el bellísimo regalo que deseaba compartirnos...

Un par de días después, mientras escribía la entrevista a María Alicia, hallé en mi cartera un papelito. Recordé que antes de bajar del taxi el conductor me lo había entregado y yo lo había guardado distraídamente. Era una tarjetita donde Daniel Durán promocionaba su servicio de taxi particular. Su teléfono celular aparecía escrito y presentí que debería llamarlo, pero como era Semana Santa no lo quise molestar. Me decidí a llamarlo unos días después. Con sincero afecto me dijo que se había acordado mucho de mí y de lo que había vivido ese día. Todavía maravillados conversamos largamente de toda esta situación. Me contó que aquel día, excepcionalmente, había circulado por el lugar donde me encontrí, pues suele transitar por otros sectores de Santiago y que antes de que yo lo divisara, sin saber como ni por qué se había ido contra el tránsito (con esto corroboro porque se dice que los caminos de Dios son distintos...) Y por si fuera poco, en quince años de conducir un taxi nunca le habían solicitado un viaje hasta el Santuario, esta había sido la primera vez. Le pregunté que había sentido en el lugar y si había visitado a su madre enferma. Me contó que a partir de lo ocurrido se había inundado de paz su corazón, que se lo contó a su madre esa tarde, y después a toda su familia y a sus amigos de la empresa de taxis, y que todos habían quedado atónitos, pues siempre él había sido blanco de bromas por su incondicional Amor a Dios. Me confidenció que en el Santuario le contó al padre Hurtado sus serios problemas económicos y que le pidió ayuda, pero lo más importante es que por vez primera había vivido una Semana Santa auténtica y que había sentido en su alma una profunda Resurrección. Supe muy bien de que hablaba, pues era lo mismo que yo había vivido durante esos días. Me contó que a raíz de esto volverá, esta vez con su familia, a visitar el Santuario del padre Hurtado.

Ambos, tanto Daniel como yo, aparentemente por distintos motivos, necesitábamos con urgencia llegar al Santuario esa tarde y el padre Hurtado, mediante una cadena de pequeños acontecimientos, se había encargado de unirnos en el camino. Ahora parezco descubrir, en mi alma, la explicación de lo sucedido: TODO, ABSOLUTAMENTE TODO, NOS CONDUCE A DIOS... y que el verdadero conductor del vehículo no había sido Daniel Durán, sino el padre Hurtado, hoy San Alberto Hurtado...

Nota: Hasta el día de hoy mantengo una amistad telefónica con Daniel Durán, que ha traspasado a sus familiares, amigos y pasajeros este curioso pero bello milagro cotidiano... Todo sea para dar mayor Gloria a Dios...

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